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Són 2/4 de 6 de la tarda de
dimarts 18 de març. Demà a primera hora del matí estarem carregant la furgoneta
per enfilar direcció Arêches per sentir el tret de sortida de la primera
jornada de la Pierramenta just l’endemà.
Tinc la maleta per fer, unes
pells per arreglar, una motxilla per cosir i haig de passar pel supermercat,
però m’ha pogut la nostàlgia i m’he trobat atrapada davant de l’ordinador
rellegint un article que vaig escriure just després de la meva primera
Pierramenta al 2012 per la revista Solo Nieve i que van publicar al número 63
de l’hivern 2013.
La meva situació d’enguany no
s’aparta massa d’aquella «primera vegada» del 2012. Tinc l’honor de
compartir-la de nou amb la mateixa companya i la incertesa és semblant. No pel
fet de no conèixer la prova, amb dos anys te’n fas una idea força completa,
però si pel meu estat. Deixo enrere uns mesos durs, de molt malestar i
debilitat després de passar una Grip A que no vaig deixar curar bé per mirar de
trampejar una temporada que havia preparat amb il·lusió i consciència. Em sento
en plena forma de salut, amb els ànims més amunt que mai, però no ens
enganyarem, un xic justa de forma. Tot i que sé que la il·lusió de poder
disputar LA cursa que, en algun moment de l’hivern he donat per perduda, sé que
m’empenyerà amb ràbia muntanya amunt metre rere metre.
I no m’allargo més. Us deixo amb
la columna de Solo Nieve, que els meus antics companys Curro Bultó i David
Ledesma em varen deixar escriure després de 4 dies que segurament mai oblidaré:

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Mi primera vez
La mañana se despierta suave
y estrellada en Arêches. Entre legañas y con el estómago cerrado por los
nervios y porque el despertador ha sonado poco antes de las 5 de la madrugada,
me pongo el mono e intento comer todo el Gatosport (un pastel tipo brownie
hipercalórico) que mi organismo es capaz de tragar en tales circunstancias.  

La incertidumbre de lo que
va a suceder los próximos cuatro días retumba en mi mente escenificando una
auténtica película de terror, aunque también de ilusión y orgullo.
Estoy a punto de escuchar el
pistoletazo de una de las carreras más prestigiosas de esquí de montaña que
existen; la carrera por excelencia; la Pierra Menta.
Es mi primera vez, por
suerte, Marta, mi compañera de equipo es una de las mujeres de nuestro país que
acumulan más participaciones en la Pierra Menta.
Al escuchar el ¡Pum! de la
salida todo se acelera, es la primera de las cuatro etapas y no es momento de
pensar en el futuro, hay que ir sobreviviendo metro a metro, hora a hora y día
a día. La jornada inicial ya es más larga que cualquiera de las carreras que
hayamos podido hacer en nuestras montañas; después de una breve subida y una bajada
al más puro estilo “marica el último” en la que no perder al compañero es una hazaña
complicada, comienza un ascenso rupestre perdido en medio de la nada entre
alguna casa de pastor.
El sol castiga desde primera
hora, esto acabar de empezar y aún hay fuerzas, los esquiadores destilan un
nerviosismo exagerado que en ocasiones se traduce en adelantamientos absurdos.
Como si cuatro días de competición no fueran a poner inexorablemente a cada uno
en su lugar…
La ascensión toca a su fin y
alcanzamos la primera cresta de las muchas que cruzaremos estos días.  El siguiente escollo es descender por una
canal que corta el aliento al más atrevido. Los primeros, como Kilian Jornet y
otros tantos, ya han pasado dejando tales surcos en medio de la pendiente que
complican más, si cabe, un bajada de por sí complicada. Con el agravante que la
nieve se desprende en forma de pequeñas avalanchas. Si por desgracia te pilla
una desprevenida, ya no paras hasta abajo.
El primer día de competición
va pasando, se suceden las horas y mi cabeza no piensa, me limito a avanzar,
suficiente trabajo tengo con seguir el ritmo infernal que me está marcando
Marta. Bajo la cabeza, centro la vista en las colas de sus esquís y confío
ciegamente en su experiencia, rezando en no desfallecer antes de tiempo.
Y para acabar, llega el
postre de la jornada. Después de un tramo llano y soleado, encontramos un
nutrido grupo de público animando que nos jalea para afrontar con ánimos los
últimos metros de subida y sumar así los casi 3.000 de desnivel positivo que
debíamos superar el primer día. Es entonces cuando llega la típica bajada
Pierra Menta: nieve completamente rota e irregular, árboles, rocas, baches,
pasos pedregosos y estrechos, un festival de exigencia técnica que nuestras
piernas, emborrachadas de ácido láctico, sortean con toda la destreza que
nuestro cerebro, agotado, es capaz de indicarles. Y así hasta cruzar meta.
Las tardes existen exclusivamente
para descansar, comer, pasear por el village, comentar la jugada con el resto
de equipos, darte un masaje y volver a dormir. Se trata de meterse en el sobre
tan pronto como uno pueda ya que el despertador suena de nuevo a horas
intempestivas. De nuevo, toca cebarse a base de Gatosport, un café bien
cargado, calentar mientras se va haciendo de día y “pum”, repetimos la salida
de locos.
Dicen que si sobrevives el segundo
día ya tienes media carrera en el bolsillo. La dureza del recorrido queda
compensada ampliamente por el poco paisaje que uno es capaz de admirar y la
emoción de coronar cimas repletas de esquiadores que animan a pulmón abierto durante
el cambio de pieles antes de volver a adentrarnos de nuevo en otra bajada
adrenalínica de canales larguísimas y estrechas.
El segundo día es largo, muy
largo y técnico. Cruzamos la meta después de poco más de 4 horas sin respiro,
3.000 metros positivos acumulados y en una honrosa 6ª posición. Algo que dos
días antes ni siquiera hubiera soñado.
Y llega el
Grand Mond. Todo el mundo habla del Grand Mond. Veníamos de discutirnos con una
decena de equipos masculinos a los que habíamos pasado por encima literalmente mientras
ascendíamos una canal en el intento de atrapar al equipo de americanas, cuando
comenzamos a escuchar un murmullo cada vez más intenso a medida que avanzamos. De
pronto aparece ante nosotros un pasillo humano que nos empuja a gritos,
arrastrándonos hasta el siguiente cambio. Es entonces cuando levanto la cabeza
y veo caras amigas gritando mi nombre y el de Marta con todas sus fuerzas. Unas
lágrimas me impiden ver bien el relieve en mis primeras curvas de la bajada, la
piel de gallina se mantiene firme pese al calor del esfuerzo. Una emoción maravillosa
e indescriptible para deportistas acostumbradas al olvido de un deporte
minoritario en nuestro país. 

Pero aquí no hay tiempo para
cuentos de hadas y enseguida encaramos la bajada más salvaje de la Pierra Menta,
en un cortafuego con enormes bañeras que, sin exagerar, nos cubren medio
cuerpo. Nada fáciles de superar si tenemos en cuenta que nos sustentamos con
esquís estrechos y ultraligeros que pesan apenas 1.000 gramos. A la vista la meta,
la tercera llegada y como todas las anteriores, otra extrema emoción.
El cansancio es intenso y el
dolor de las piernas es tan agudo que apenas ya se percibe. Definitivamente
hemos cruzado el umbral. Alguna tarde mi aparato digestivo no se acaba de
recuperar, tengo hambre pero me cuesta comer, la paredes de mi estómago están
contaminadas de geles y castigadas por el esfuerzo, pero empiezo a saborear un
final feliz y emocionante.

Aunque el último día nos
levantamos más tarde y la etapa es algo más corta, soy incapaz de ingerir más
Gatosport, lo huelo y me provoca arcadas.
En la salida sólo puedo
bostezar, estoy destrozada, pero con el pistoletazo Marta empieza a torturarme
desde los primeros pasos.
Peleamos con las americanas,
que también van justas de fuerzas.
El azar quiere que en el
peor momento rompa una fijación, que arreglamos como podemos. Los ascensos son
una auténtica pesadilla y el vómito asoma a mi gaznate…  pero no dejo de repetirme que me merezco
regalarme un esfuerzo más, aguantar y sacar todas las horas de entrenamiento
que me han llevado hasta aquí. Sólo queda una cresta más, una subida ridícula y
la bajada final. Nos persiguen las polacas, ni en los últimos metros podemos
descansar, pero al cruzar la meta, un escalofrío recorre mi cuerpo desde la
cabeza hasta los pies, las lagrimas contenidas corren mejilla abajo y me
desplomo en el suelo abrazada a mi compañera sin, ni siquiera, saber que decir.
Ha sido extremadamente duro, durísimo, pero ha valido la pena. Han sido 4 días
intensos que pasan velozmente por mi cabeza como si de una película de mi vida
se tratase. Imágenes inconexas con un Mont Blanc impetuoso tronando la mayoría
de ellas. Siempre había oído que la Pierra Menta deja huella, y doy fe que es
tan cierto como que repetiré en cuanto pueda.
Texto: SOLO NIEVE, nº 63 Invierno 2013 (Anna Comet)
Foto: Ton Massagué

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